Capítulo I
Pontevedra, a miércoles 20 de noviembre del 2013
1
El imponente edificio de oficinas propiedad de Marsh & Fernández en la avenida de Buenos Aires
número 32 tenía cinco plantas. Y en la quinta, cúpula acristalada cual azotea de un superhéroe, estaba
situado el despacho del presidente fundador: Damisenko Fernández. También estaban, aunque
ocupando una superficie considerablemente inferior, el despacho del señor Edward Spencer Marsh y
el del director adjunto Manel Avellaneda Loira, segundo y tercer accionista mayoritario
respectivamente.
Decían de Marsh que era un especialista en captar buenas oportunidades; que rara vez se equivocaba
en sus negocios y que su creciente fortuna era la prueba de ello. Sin embargo, incluso personas con
un talento innato como el suyo cometen al menos una vez en la vida un error garrafal. Una de esas
pifias bochornosas que te hacen sudar las manos, llevarlas a la también sudorosa frente y preguntarte
cosas del estilo: “En qué diablos estaba pensando para hacer tratos con esos inútiles” Algo así fue lo
que dijo el lord inglés al final de esta historia, cuando se vio obligado a malvender sus acciones –
obtuvo menos de la mitad de lo que había pagado por ellas– a los que serían los nuevos propietarios.
Y de suerte que alguien quiso comprarlas antes de que la empresa se declarase en quiebra. “Que me
aspen si los españoles no están doctorados en el arte de perjudicar al prójimo”, se había dicho a sí
mismo sentado en su gabinete londinense entre una nube de humo azul procedente de su pipa, su otra
mano en la barbilla, boca abierta en la sorpresa y la cara impregnada con los colores procedentes de
la pantalla de televisión, donde un reportero del canal internacional informaba de la segunda
reapertura de la fábrica. Lord Marsh había fundado con Damisenko Fernández a principios del 2013
el primer resurgir de la antigua empresa de tableros en el mismo lugar donde esta había estado.
Ocurrió muchos años después de que los suecos la dejasen en manos de los españoles y de que los
españoles la condujesen a la ruina. Pero los contactos de Damisenko entre la oposición al gobierno
local habían logrado que se recuperase milagrosamente parte de la antigua clientela, de cuando la
fábrica era el pulmón económico de la ciudad y el orgullo de los pontevedreses. Grandes empresas
nacionales e internacionales con sus interminables pedidos. El proyecto prometía. Ese había sido el
aliciente principal por el que Marsh se decidió a traer una pequeña porción de su fortuna hasta esa
esquina de la península ibérica. La veta de la que esperaba sacar un provecho que jamás obtuvo. Y
como todo directivo que se precie tenía que tener un despacho propio en la reputada quinta planta. Así
era. Y aunque las expectativas de uso oscilaban entre una y dos al año como mucho, no por ello había
dejado de diseñarlo en el más escrupuloso y refinado estilo inglés clásico, tal y como era costumbre
en todas sus propiedades.
Los siguientes espacios por orden de importancia en la cúpula los ocupaban la sala de juntas y la sala
de espera, ambas amplias en demasía y dotadas de lo más moderno en cuanto a tecnología de
comunicación y confortabilidad. Y por último, pero no por ello menos importante, existía también un
pequeño espacio escondido entre los servicios de caballeros y damas que hacía las veces de almacén
y minibar. Al otro lado de su discreta puertecilla pintada del mismo color de la pared para que no
llamase la atención y con un minúsculo cartel de “acceso solo a empleados” se hallaba todo lo
necesario para que Rosalinda pudiese surtir de bebidas y aperitivos a los socios, inversores y demás
ejecutivos y componentes de las asambleas.
En cuanto a la disposición de las otras plantas, era la siguiente: Si el edificio pudiese representar los
esquemas de una sociedad completa, la cúpula sería la clase alta, inmaculada e inalcanzable
reflectando los celestiales rayos del sol en un caprichoso prisma de colores. Y el bajo cubierta sería
la clase obrera, la inmundicia, el oscuro subsuelo de la civilización y el último lugar que un residente
de la cúpula quisiera visitar. Y así, entre paredes de rasilla y yeso y suelos de hormigón pulido
estaban los vestuarios de los trabajadores, con sus duchas individuales, sus bancos de madera y sus
taquillas de moneda. Se accedía por una pequeña puerta de metal desde el aparcamiento del lado este,
ya que la entrada principal daba acceso directamente a los ascensores. Desde el interior de los
vestuarios se llegaba a las naves de trabajo, adyacentes al edificio principal por su parte trasera. Y
desde el módulo principal, una escalera de caracol adherida a la pared posterior del edificio conducía
a los trabajadores a la primera planta. Allí estaba el departamento de recursos humanos y la sala de
descanso. Aquellas pequeñas oficinas acristaladas ofrecían a sus ocupantes una pequeña mejora del
nivel más bajo compensada con una hora y media más de jornada laboral por barba. El capataz
González y Alexandra Guapo serían los encargados de apagar las luces cuando todo el mundo se
hubiese ido, aunque la mayoría de las veces, sin que Damisenko tuviese conocimiento, González
permitía que su compañera por partida doble –ya que era, también, su novia– se fuese a casa mientras
él acababa de comprobar que todo estuviese en orden. Nada del otro mundo, pero al menos allí arriba
no tenían que soportar los las altas temperaturas, y el ruido de la maquinaria entraba dentro de lo
soportable. Tan solo los ascensores de la entrada principal conducían al segundo nivel. Equivaldría
en nuestro símil a la clase media y lo ocupaba por completo la sección administrativa. Los olores a
sudor y a comida precocinada y el polvo de las botas y los trajes en su ir y venir de los módulos de
trabajo a la sala de descanso no llegaban hasta allí, y las administrativas –tres mujeres de entre treinta
y cinco y cincuenta años– podían vestir de calle sin temor a ensuciarse. Claro que no disponían de
sala de descanso, ni televisión, ni microondas, lo cual compensaban con una máquina de café exprés,
un dispensador gratuito de sándwiches y bocadillos y un cuarto de hora libre por turnos en su jornada
intensiva. El tercer piso se usaba como almacén de material de seguridad, uniformes y otros enseres.
Casi nadie lo visitaba. A veces González necesitaba reponer el uniforme de algún trabajador o dotar
de casco y guantes a los que llegaban nuevos. Otras, Maribel Fernández y Manel Avellaneda acudían
para revisar las interminables pilas de cajas de cartón que contenían los archivos de la fábrica
antigua. En cuanto a la cuarta planta, a pesar de haber sido acondicionada como una réplica exacta de
la tercera, nadie había puesto un pie en ella desde el día de la inauguración del edificio. Se mantenía
estrictamente cerrada y la única llave la alojaba la caja fuerte que Damisenko tenía en su despacho de
la cúpula. El objetivo de esa clausura era que la clase alta estuviese por completo aislada de la clase
baja. “Con el orden evita uno los problemas –decía siempre que se le preguntaba–. En esto reside el
éxito”. Lo que en realidad quería decir: “Los de abajo deben permanecer abajo, y los de arriba, donde
les pete”. Sea como fuere, de ese modo se mantenía la cúpula libre de intrusiones, ruidos y demás
molestias innecesarias.
Es digna de mención especial una sexta habitación en la quinta planta construida por orden expresa
del presidente bajo estrictas directrices. En realidad, era una ampliación de su despacho, ya que solo
se accedía desde allí. Su habitáculo formaba un perfecto triángulo rectángulo de unos sesenta o
setenta metros cuadrados, estando la puerta de entrada en el vértice del ángulo recto y siendo la
hipotenusa una pared hecha del mismo cristal de cuatro centímetros de grosor de la cúpula. De hecho,
daba la sensación de que las paredes se unían al techo en una única e inmensa pieza. Desde allí se
observaba todo el cielo, además del módulo numero uno de la nave principal, una parte del
aparcamiento y otra de los terrenos todavía sin edificar propiedad de la empresa, el Puente de los
Tirantes y un buen trecho del río Lerez y su paseo hasta la playa fluvial. Todo un privilegio. Y es que,
excentricidades aparte, había que reconocer que Damisenko tenía un gusto especial para el diseño
arquitectónico y la decoración. Prueba de ello era el pasillo de la fama de su mansión y la propia
mansión. Así pues, Damisenko gustaba de tomar asiento casi todas las mañanas en los sillones
dispuestos a modo de mirador de ese cuarto. Dedicaba unos minutos para tomar allí su café matutino
y ojear la prensa del día. O simplemente dejaba que su mente se dispersase y que sus pensamientos
flotasen en libertad por el techo acristalado. De ese modo podía analizarlos objetivamente, libre de
las opresivas emociones que los problemas le embargaban. Ese lugar, en donde creía estar nadando
en el mismo aire, le inspiraba una tranquilidad que no podía obtener en ningún otro sitio. A veces
invitaba a Rosalinda a que lo acompañase en su café y charlaban de fruslerías mientras el hilo
musical los envolvía a ambos en un ambiente supremo de relajación y bienestar. El resto de la
propiedad de Marsh & Fernández lo controlaba el presidente desde ese mismo cuarto a través de las
pantallas de seguridad integradas en las paredes, con excepción de la tercera y cuarta planta por
carecer de interés.
Fernández, además de socio fundador, presidente y director general, poseía la mayoría de las
acciones: un cuarenta y seis por ciento en total. Lord Edward Spencer Marsh era dueño del veintiocho
por ciento, y Manel Avellaneda, mano derecha de Damisenko, un siete. El resto estaba distribuido
entre constructores pontevedreses, grandes proveedores de la propia fábrica que habían visto en alza
su valor, el presidente del Pontevedra Club de Futbol y algún que otro desconocido y miembro del
partido de la oposición. Maribel Fernández, en contra de los consejos de su marido, también se había
hecho con unas cuantas acciones. Nada importante. Según ella, para sentirse parte útil de la familia y
de la empresa. Lo que Damisenko no supo nunca fue que su esposa pagó por ellas el triple de su valor
en el mercado, obcecada en echar fuera de la comitiva a ciertos accionistas minoritarios casualmente
enemigos en la empresa de Manel Avellaneda.
Y como ya habrá adivinado el lector, Marsh & Fernández atravesaba una dura crisis en ese
noviembre del 2013, sin siquiera haber cumplido un año de existencia. Para el caso se convocó un
pleno de urgencia en el que se diseñó una lista con tres posibles inversores, cuyo capital sería
indispensable para reflotar la situación económica e impulsar de nuevo al grupo hacia la
sostenibilidad, y si acaso, al beneficio. Lord Marsh –el cual siempre asistía a las reuniones por
videoconferencia– luego de negarse rotundamente a ampliar su participación económica, se
comprometió a dirigirle a Damisenko el primero de los posibles inversores, un prolífico empresario
francés llamado Allen Forjonel, de cuya negociación debería ocuparse el presidente en persona.
Sanmartín y Floriani cerraban una lista demasiado corta para la gravedad de la situación. Damisenko,
a su vez, hizo llamar al delegado de la fábrica en París –en realidad, unas pequeñas oficinas de venta
y distribución para tantear el mercado francés con la esperanza de abrir allí una segunda fábrica–, el
señor Gautier Chardin, que asistiría acompañado de su esposa y su hijo y que formaría parte, sin
saberlo todavía, del “último recurso” que el presidente Fernández aportaría a la lista. Un cuarto
miembro por si todo lo demás fallaba.
Tras semanas de preparativos todo quedó dispuesto. Solo restaba que el presidente se entrevistase con
los personajes en cuestión y rindiese cuentas a la comitiva. El primero de ellos, el joven Andrés
Floriani, acompañado de su ilustre esposa Claudia, llegaría a la ciudad esa misma tarde. La familia
Chardin, por su parte, haría acto de presencia a primera hora del día siguiente.
Los Secretos de Sara es una novela de lectura agradable y ritmo frenético en la que el lector se verá atrapado en conspiraciones, emocionantes infidelidades, traiciones, sexo y venganza. La ironía y el humor, las armas predominantes de sus personajes.
La intriga nos llevará de la mano hasta un sorprendente final. Sara tiene diecisiete años y es implacable. Una bomba de relojería. Posee una fuerte determinación, un plan en la mente y las armas perfectas para desarrollarlo. Su belleza, su gran inteligencia y las mil y una hormonas propias del adolescente se mezclarán con explosivas y peligrosas consecuencias alcanzando a todo aquel que ose cruzarse en su camino. ¿Su objetivo principal? Destruir un imperio, el de su propia familia, el de Marsh & Fernández y sus depredadores. Pero Sara, contrariamente a los rumores que cada día se extienden a toda velocidad por la ciudad de Pontevedra, no es un monstruo. Ella es especial. Única. Y despierta pasiones y emociones por doquier. Y enamora a todo aquel que logra alcanzar su corazoncito, lleno de bondad y amor no correspondido. Solo quiere que la quieran, que la entiendan. Que la sigan en sus locuras. Y no hacerlo no es una buena idea.
Editorial: http://www.verbumeditorial.com/
I.S.B.N:
  • ISBN-10: 8490742367
  • ISBN-13: 978-8490742365
Páginas: 418
PVP: rústica: 21,99€
          ebook: 9,99 €

1. Libros publicados: XIII Reinos: La extraña herencia.


2. Un libro de tu niñez: Mumú de Hilda Perera, es un libro sobre un elefantito y como sufre por culpa de la caza furtiva para conseguir sus preciados colmillos y los de sus familiares y amigos. Me encantó, hace poco lo leí otra vez y lloré como una magdalena. Sin duda es precioso y por su culpa tengo un amor por las crías de elefantes exagerado. Uno de mis mayores sueños: Darle un besito en la cabecita a un pequeño Mumú.


3. Un libro que te guste ahora: Pues mi libro favorito ahora es El nombre del viento de Patrick Rothfuss, creo que en un género como es la fantasía dónde es difícil ser original, puesto que todo está inventado Rothfuss ha sabido darle un toque totalmente innovador y muy propio y sin duda me encanta. (He de decir que el segundo libro me decepcionó un poco.)


4. La película que más te gusta: Tengo bastantes pero si me tengo que quedar con una Goofie e hijo de Disney, me encanta, me la sé de memoria, las canciones, los diálogos y además creo que nos muestra unos valores muy bonitos.



5. Música Preferida: Pues la verdad es que no soy como la mayoría de las personas que disfrutan con un grupo o tipo de música en concreto. A mí, me gusta un poco de todo, dependiendo del momento necesito un género u otro. Aunque si que hay cosas que la verdad es que no escucho. Aunque si tengo que decir que desde hace años lo que más escucho es Utada Hikaru, una cantante japonesa/estadounidense y banda sonoras de videojuegos. Las BSO de videojuegos me ayudan a escribir y a concentrarme y la verdad es que ahora mismo es lo que más escucho y disfruto.


6. Deporte preferido o a lo mejor no te gusta: La verdad es que no tengo un deporte favorito, hace unos años hacía baile y de pequeña ballet, pero poco más. En la televisión me gusta ver el fútbol pero aunque de niña en el colegio jugaba tampoco es que sea mi favorito. Me gusta el deporte en general.(Como no ha dicho nada la autora he preferido, poner su deporte de niñez)


7.  Ciudad, campo, playa y montaña: Pues la verdad es que es difícil supongo que me gusta la ciudad, pero siempre y cuando no sea muy grande. Palma de Mallorca me parece perfecta, pequeña, con todo al alcance. Aunque también me gusta mucho la playa, viviendo en una isla... es casi algo innato.
 

8. Color que te gusta: Me encanta el lila, morado, púrpura, todas las variantes de ese color, desde hace mucho tiempo aunque también soy fan incondicional del rosa. Tengo varias consolas de color rosa, una la tengo lila, mi ordenador es rosa, mi móvil también y la gran parte de mi vestuario también lo es. Así que digamos que a pesar de que el lila es mi favorito el rosa es el que más predomina en mis cosas, más que nada porque es más sencillo de encontrar que el otro.


9. Un lugar para vivir: Pues creo que mi isla me encanta, aunque en algún momento si me gustaría volver a vivir en Madrid o Barcelona o en algún sitio de Norteamérica.


10. Un lugar que te gustaría visitar que no has ido: Me encantaría ir a Japón, siempre he sido amante del anime y el manga y de la cultura japonesa, así que me encantaría visitar ese país. Además mi saga de videojuegos favorita es japonesa así que me encantaría visitar las instalaciones de la compañía y la tienda.



Bueno pues hoy hemos conocido un poquito más a otro autor, aunque yo la conozco un poco más ya que hablamos mucho por whatssapp, pero la verdad tengo ganas de conocerla en persona, espero que algún día ocurra.


 



 Ya está bien de historias malintencionadas. El nuevo milagro de la especie humana alcanza su cumbre el día en el que la mujer deja de querer ser la princesa para convertirse en la madrastra. Sin medias tintas. De la buena a la mala. ¿Quién querría ser una sosa al cuidado de siete enanitos (mineros y cantarines) pudiendo tener el tipazo de su madrastra gótica? ¿A quién le gustaría perder los taconazos en una carrera de todo menos elegante en pos de una calabaza tuneada? ¿Elegiría alguna mujer morirse de miedo en el bosque, encima cargada con la compra (¡vaya cuadro!), pudiendo aullar entre las garras de un lobo? Ni zapatos de cristal, ni polvos mágicos, ni espejos sinceros. Unos buenos Manolos, polvazos de verdad y elixires de la eterna juventud. No hay vuelta atrás. No hay nada mejor contra el estrés que unas buenas risas entre amigas, tanto más liberadoras cuanto más se ríen, las amigas, de ellas mismas. Este libro quiere ser un motivo más de carcajadas, cotilleos y puestas en común en torno a una mesa, a través de un teléfono o una batería de e-mails: reírse de la mujer moderna y sus mitos, reírse con la mujer moderna y sus mitos hacen que el nivel de exigencia disminuya. Te pongas como te pongas, los coches blancos del cuento son una horterada y un rubio vestido de azul celeste de arriba abajo también. Córtate las trenzas, regala manzanas para dormir a la competencia, fúgate con el lobo y date un baño de espuma con él.

Este libro puedo decir que es un libro corto y fácil de leer. Aquí la autora nos hace una diferencia entre los cuentos de todas la vida contra lo que te puedes encontrar a día de hoy.  Esta repartida en varios capítulos y puede gustarte o no pero a veces te encuentras gente así por la calle. 
Uno de los capítulos que mas me ha divertido es con el termino Lolis, dícese grupo de mujeres que se juntan para cenar,  y la verdad creo que aunque no lo creamos es cierto. Yo tengo mi grupo de Lolis, así que vivan las Lolis.
Editorial: Aguilar
ISBN: 9788403012226
Páginas: 154

Hoy en Relatos de Sábado os voy a poner un primer capítulo del libro que ayer presentamos, el libro en cuestión es el siguiente:



Abrí la mochila y metí la mano sin dejar de caminar, quería asegurarme de que estaban ahí. Rebusqué hasta encontrarlas y suspiré aliviada; no me habría gustado irme sin ellas. Esas siete pegatinas en forma de estrella y que brillaban en la oscuridad iban a ser mi vínculo con mi vida anterior.
Las necesitaba; llevaba demasiados años mirándolas cuando iba a dormir y, aunque a partir de ahora ya no fuera a hacerlo en mi cama, al menos me ayudarían a sentirme mejor.
—Chicos, no quiero que os vayáis —nos dijo mi madre mientras caminábamos por la terminal del aeropuerto—. Creo que podemos buscar otra solución.
—Mamá, ya hemos hablado mucho de esto —me quejé—. Quédate tranquila, Tom y yo estaremos bien.
—Es que no quiero que hagáis esto por mí… Solo es un trabajo —replicó con una sonrisa triste— y aún estoy a tiempo de no aceptarlo.
—Venga, mamááá —le pidió Tom suplicante, deteniéndose para poder hablar mejor con ella—. No tienes que sentirte culpable de nada. Nosotros queremos ir.
Nos detuvimos entre cientos de personas que iban y venían por el aeropuerto. Mi madre se quedó pensativa y nos miró con lágrimas en los ojos
—No te sientas mal —le pedí, cogiendo su mano—. Será como una aventura.
—Y nos lo pasaremos genial —me interrumpió Tom, intentando animarla—. Haremos amigos nuevos y, dentro de un año, volveremos aquí contigo.
Parecía que nuestras palabras estaban funcionando, porque respiró hondo y las lágrimas desaparecieron de sus ojos.
—Ahora tienes que pensar en ti —le pedí—. No debes preocuparte por nosotros, porque estaremos bien, ¿vale? —recalqué con una sonrisa en la cara.
Mamá nos observó unos segundos, tratando de averiguar si nuestras palabras eran ciertas o si solo queríamos animarla. Al final, asomó a sus labios una pequeña sonrisa
—Me alivia saber que pensáis así —nos dijo no muy convencida.
—Démonos prisa o perderemos el avión —repuso Tom, cogiendo la maleta y echando de nuevo a andar.
Noté como me temblaban las piernas, pero me obligué a seguir caminando; aunque intentaba disimularlo, estaba tan aterrada como ella.
Para nada quería irme a esa isla con mi padre, prefería quedarme en mi casa, con mi madre, mi instituto y mis amigas…, pero tenía que ser fuerte.
Mi madre lo había sido por nosotros durante muchos años, trabajando y luchando para sacarnos adelante ella sola, y ahora había llegado su oportunidad. Después de mucho esperar, por fin le habían ofrecido un puesto fijo en una empresa de decoración.
La única pega era que debía hacer durante un año un curso de formación y unas prácticas en otra ciudad. Estuvo a punto de renunciar al puesto con tal de no dejarnos solos, pero Tom y yo hablamos con mi padre para ver si podíamos pasar una temporada con él. Yo no estaba muy segura de que fuera a aceptar, pero ni siquiera se lo pensó; tuvo un repentino ataque de paternidad y, ¡sorpresa!, allí estábamos, con las maletas hechas y preparados para irnos.
Así que, para que mi madre se quedara tranquila, mi hermano y yo fingíamos felicidad por el viaje.  Aunque no nos lo ponía fácil, porque, mientras caminábamos por la terminal del aeropuerto, nos paró como cinco veces para abrazarnos y decirnos cuánto nos iba a echar de menos.
Por fin, cuando llegamos a la fila de embarque, se despidió de nosotros de una forma mucho más larga y sentida. Prometió llamarnos siempre que pudiera y nos pidió que revisáramos nuestro correo electrónico a menudo, porque ella nos escribiría y nos mandaría fotos casi cada día.
Nosotros le prometimos lo mismo y, ya sin tiempo para más, nos tuvimos que separar. 
Intenté evitarlo, pero en cuanto vi a mi madre irse con lágrimas en los ojos y fui consciente del tiempo que tardaría en volver a verla, me desmoroné y mi hermano me tuvo que consolar y abrazar durante un buen rato, hasta que pude volver a mantener la compostura.
Ya en el avión y desde la ventanilla, vi pasar ciudades, montañas y, por último, un mar azul oscuro que consiguió que me hundiera de nuevo, haciendo que me sintiera desprotegida, como cuando un pájaro sale del nido y debe saltar al vacío para volar por primera vez, sin el cobijo de su madre y con todo el cielo por delante. Me sentí muy vulnerable, así que dejé de mirar por la ventana y, para distraerme, hablé con mi hermano.
Tom y yo éramos mellizos. Se supone que por eso deberíamos parecernos en algo, pero lo único que teníamos en común era el color oscuro del pelo y de los ojos y las pecas que nos cubrían la nariz.
Nuestro carácter también era distinto. Yo era más tímida y tranquila, no me gustaba destacar. En cambio, a él no es que le encantara ser el centro de atención, pero tampoco le importaba. Era muy juguetón y cariñoso, el típico chico duro, pero a la vez sensible y romántico y por eso tenía éxito entre las chicas. Tonteaba con muchas, pero no se comprometía con ninguna. Su comportamiento provocaba que algunas de ellas se acercaran a mí con la intención de estar más tiempo con él y, al final, siempre terminaba consolándolas yo. Incluso una de ellas se había convertido en una de mis mejores amigas. 
Por fin aterrizamos.
Mi padre nos esperaba con una sonrisa y con un carro metálico para llevar nuestras maletas. La verdad es que, cuando lo vi allí, esperándonos, me dolió el sentirle casi como un desconocido.
—¿Qué tal, chicos? —preguntó mientras se aproximaba a nosotros y nos daba un rápido y tímido abrazo—. Habéis cambiado mucho.
—Supongo que es normal —le contestó Tom con ironía—. La última vez que nos vimos yo llevaba en la mano un Pokémon y ella, una Barbie —explicó, señalándome.
Me tuve que morder el labio para reprimir una sonrisa. La contestación de mi hermano acababa de descolocar a mi padre y a mí también. Papá nos miró avergonzado, supongo que buscando alguna respuesta coherente.
—Bueno —dijo, intentando mantener el tipo—, lo que importa es que ahora estamos juntos —añadió—. El pasado pasado está.
Tom y yo nos miramos. Me pasaron fugazmente por la cabeza la cantidad de cumpleaños en los cuales nos habíamos quedado esperando su llamada y todas las Navidades que habíamos deseado, al menos, recibir una postal… Y aun así era capaz de decirnos que el pasado ¿pasado estaba?
—¿Sin rencores? —nos pidió mi padre, rompiendo mis pensamientos, al ver que ninguno de los dos le había contestado.
Yo le miré y le sonreí falsamente. Ahora, ya no iba a servir de nada echar cosas en cara. Tom ni siquiera le dirigió la mirada. Creo que fue mejor así.
Nos encaminamos hacia el coche, envueltos en silencio, al tiempo que me devanaba el cerebro buscando temas de conversación que mantener con un padre al que nunca habíamos tenido.
—¿Cómo está Linda? —nos preguntó.
—Mamá está bien, solo un poco intranquila con todo esto —contesté sin querer ser irónica, pero creo que no lo conseguí.
—La comprendo —respondió—. No tengo mucha experiencia en esto de ser padre.
—Tranquilo, ya no somos niños —le recriminó Tom—. No hace falta que cambies pañales ni cuentes cuentos por la noche —su voz se entristeció—. Ahora, ya sabemos cuidarnos solos.
El viaje en coche se hizo un poco largo, ya que las indirectas de mi hermano crearon un clima de tensión muy incómodo, pero no podía reprochárselo. Mi padre se lo había ganado a pulso. Pero, conociendo a mi hermano, esa situación sería algo temporal y Tom terminaría aceptándolo.
Mi padre se llama Lucas. Aunque prácticamente no habíamos tenido contacto entre nosotros, sabíamos muchas cosas sobre él, ya que mi madre nunca nos escondió nada y nos contestó a todas y cada una de las preguntas que le hicimos. No quiero juzgarlo, supongo que tendría sus razones para alejarse de nosotros, pero, por lo visto, la paternidad le tomó por sorpresa y no supo asumirlo. No quería abandonar su vida de soltero y le dejaba toda nuestra carga a mi madre. Ella, cuando se cansó, puso las cartas sobre la mesa y le pidió que madurara. Es triste decirlo, pero huyó como un cobarde todo lo lejos que pudo. 
Por fin llegamos. En cuanto bajé del coche me acarició el sol. A esta isla nunca llegaba el frío y durante todo el año reinaba el calor. Alcé la vista y vi la casa de mi padre; era la primera de cinco viviendas idénticas que lindaban unas con otras. Las separaban unos setos no más altos que mi cintura.
La casa estaba hecha de piedra y madera y era, para mi gusto, bastante bonita. Estaba rodeada de césped y tenía un banco de granito al lado de la puerta de entrada. Al fondo del jardín, había la típica caseta de madera en la que se suelen guardar trastos y herramientas. Más allá de la parcela y separado por unos cientos de metros llenos de rocas, se veía un pequeño embarcadero de madera que entraba en el mar… Un mar precioso de color azul turquesa.
Me sentí irremediablemente atraída por el tono tan perfecto de esas aguas, un color tan distinto del que había visto desde el avión, tan bonito que no pude evitar la tentación de querer acercarme.
—Ahora vengo, me apetece ir un momento al embarcadero —les dije, empezando a caminar.
Papá asintió, saliendo del coche.
Me costó un poco llegar. Aunque no era un camino difícil ni peligroso, tenía que mirar continuamente al suelo para ver dónde ponía los pies, pues había muchas piedras y algunas rocas tan altas como mi rodilla.
Mientras me aproximaba, me fijé en que en el extremo del embarcadero había dos personas sentadas de espaldas a mí, con las piernas colgando cerca del agua. Cuando llegué no se dieron cuenta de mi presencia, pero en cuanto comencé a caminar sobre la madera, esta crujió sin remedio y ellos, sorprendidos, se giraron para mirarme.
Eran un chico y una chica con un gran parecido físico. Me dirigí hacia ellos con la intención de saludarlos, pero no tuve oportunidad de hacerlo. Sin mediar palabra, me dieron la espalda, girándose de nuevo hacia el mar. 
Me quedé parada, ya que su reacción me resultó desagradable, así que traté de ignorarlos. Respiré hondo y contemplé el mar; era la primera vez que lo tenía delante y me sentí muy pequeña e insignificante ante esa masa descomunal de agua. Me atraía y al mismo tiempo me aterraba. Ni siquiera me atreví a acercarme a ninguno de los bordes del embarcadero. «Mejor poquito a poco», pensé con una sonrisa nerviosa. La verdad es que me había precipitado viniendo sola, me habría gustado que Tom hubiera estado conmigo para poder compartir ese momento.
Volví a mirar al chico y a la chica, a los que solo veía de espaldas. Ella era menuda, con el pelo corto y revuelto por la brisa, y él tenía unos hombros anchos y tostados por el sol. No hablaban y parecía que les fuera indiferente que yo me encontrarse allí; la verdad es que consiguieron que me sintiera incómoda.
Decidí volver en otro momento en el que ellos no estuvieran y le pediría a Tom que viniera conmigo, así que giré sobre mis pasos y caminé de nuevo hacia la casa.
Cuando llegué estaban sacando la última maleta del coche.
—Vuelves muy pronto —se sorprendió papá.
—No ha calculado bien el tiempo para escabullirse de subir maletas —dijo Tom con su habitual sentido del humor.
Papá y él se sonrieron mutuamente. Era la primera sonrisa compartida de toda la mañana y eso hizo que me relajara un poco.
Me fijé en un camión que descargaba muebles en la vivienda de al lado.
—¿Una mudanza? —pregunté con interés a mi padre.
—Creo que sí —contestó, poniendo la última maleta en el suelo—, llevan toda la mañana descargando cosas.
Eché un vistazo rápido, esperando que los nuevos vecinos tuvieran hijos de mi edad, pero no vi a nadie, así que me colgué mi mochila, cogí una maleta con cada mano y entramos en el que iba a ser nuestro nuevo hogar.
Era una casa grande, de dos pisos, con mucha luz y con una distribución que daba sensación de amplitud. En el piso de abajo había una cocina bastante grande, un comedor con un sofá gigante en forma de ele, un recibidor y un aseo. En el piso de arriba, tres dormitorios y un baño.
Primero, fuimos a la que iba a ser mi habitación, subiendo a mano derecha; era bonita y espaciosa. Se notaba por el olor que muchas de las cosas que se encontraban allí eran nuevas: las sábanas, las cortinas, la alfombra, un par de estanterías y un escritorio de madera.
Luego, entramos en la que iba a ser de Tom, justo la del centro. Era muy parecida a la mía y se notaba también que casi todo era nuevo.
Justo al lado, estaba el baño y, después, el dormitorio de mi padre.
Entonces papá nos pidió que lo siguiéramos hasta la caseta del jardín. Una vez allí, vimos que había multitud de herramientas que hicieron que a mi hermano se le iluminase la cara; le encantaba la mecánica. También encontramos dos bicis. No eran nuevas, pero mi padre nos dijo que las había comprado para que no tuviéramos que ir andando al instituto. Todo un detalle por su parte. Les echamos una ojeada y, aparte de un par de cosas sin mucha importancia, estaban en buen estado.
Volvimos a la vivienda y subimos a nuestras habitaciones, pero antes de deshacer las maletas curioseé un poco por la casa.
Estuve hojeando unos libros que guardaba mi padre en una librería del comedor y también miré su álbum de fotos. Me sorprendió gratamente descubrir que lo tuviera dedicado casi todo a fotos de cuando mi madre y él eran novios y también que hubiese muchas de mi hermano y mías de pequeños. El álbum estaba muy gastado, parecía que lo hubieran revisado cientos de veces. Supongo que, en muchas de esas ocasiones, se arrepentiría de haberse alejado tanto de nosotros…
Dejé el álbum en la estantería y subí a deshacer el equipaje, pero, al momento, nos llegó un agradable olor a pizza que hizo que Tom y yo dejáramos las maletas y bajáramos corriendo.

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Hola hoy os vengo a presentar el libro de una autora nueva, "Salto al Vacío" de Eva Latre,  próximamente publicaré la reseña ya que tengo el libro, pero tengo cola de lectura jejeje y espero pronto ir bajando e ir más al día.

¿Qué sentirías si la persona a la que amas estuviera destinada a desaparecer de tu vida? ¿Hasta qué punto lucharías para evitarlo?
Vivir de nuevo con mi padre en esa isla no era lo que más deseaba, pero ese cambio me ayudó a saber lo que realmente quería.
En cuanto llegué conocí a Alec, un chico esquivo y misterioso, del que mi instinto me pedía a gritos que me alejara, mientras mi corazón luchaba por que hiciera todo lo contrario.
Pero algo más me pasaba; unas extrañas visiones me acechaban a cada momento, consiguiendo que cada vez estuviera más asustada. ¿Quién se estaba metiendo en mi mente? ¿Y por qué motivo?
Estaba segura de que Alec tenía la respuesta a mis preguntas; tan solo debía conseguir acercarme a él…y que me contara sus secretos.

Editorial: autopublicado
ASIN: B015XXGYQC
Páginas: 331
PVP: tapa blanda: 13,65 €
          versión Kindle: 2,99 €
1. Libros Publicados: Desconocidos en un andén, Amigos enredados, Una chica sin igual 1 y 2 Parte. También he colaborado con un relato en la antología El trabajo de cupido.



2. Un libro de tu niñez: Momo fue un gran libro, por otra parte me encantaba Esther y su Mundo, que por cierto acabo de empezar la colección de nuevo, porque gracias a ellos me adentré en la lectura.

 

3. Un libro que te guste ahora: Ufff hay muchos pero si tengo que elegir uno... La Estrella más brillante de Marian Keyes.


4. La película que más te gusta: Mientras dormías, esa peli me encanta, los personajes tan entrañables y las locuras de todos ellos me fascina. Desde que la vi fue imposible olvidarla.



5. Música preferida: Me gusta casi todo tipo de música pero me decanto más por el R&B y el Soul. Siempre llevo a Boyz II men en el mp3.



6. Deporte preferido o a lo mejor no te gusta: El patinaje artístico. Es una pena que no emitan mucho más en la televisión. Ojalá al tener al campeón del mundo español se decidan a dar más cobertura a este deporte.



7. Ciudad, campo, playa o montaña:  Playa sin lugar a dudas, he vivido muchos años en la Malvarrosa, por lo tanto la playa la llevo en el corazón.


8. Color que te gusta: ROJO


9. Un lugar para vivir: Valencia


10. Un lugar que te gustaría visitar que no has ido: Ufff hay muchos en mi lista, pero me encantaría visitar México.



Hola chicos volvemos otra vez a nuestro Cuestionario Anescris, hoy con una autora que le tenía ganas. Pero primero pido perdón ya que lo tenía pendiente antes del verano y no había podido hacerlo antes, y segundo gracias por participar en este mi pequeño espacio.


Pasado el año 2080, la hegemonía del ser humano sobre la Tierra sufre un profundo revés. Las ciudades se encuentran aisladas unas de otras y la supervivencia pasa por pequeñas comunidades de personas. Los recursos son muy escasos, pero no solo han de preocuparse por llevar algo a la boca, sino también por no convertirse en el plato del día de "ellos". Algunos creen que son monstruos; otros humanos que perdieron toda fe y cordura; algunos incluso que son demonios. 

Fil es uno de estos pocos supervivientes, aunque él hace mucho tiempo que decidió ir por libre, sin confiar en nadie más que en él mismo. Sin embargo, su encuentro con Inara puede cambiarlo todo, incluso lo que cree saber sobre su mundo. 

Aún hay quien busca la verdad a este desastre, pero la mayoría únicamente ve algo cierto: cada nuevo amanecer vivo es una nueva victoria frente a la muerte.

Puedo decir que cuando empecé a leer este libro no sabía lo que me iba a encontrar, pero enseguida me dí cuenta que me había enganchado y cuando me dí cuenta me había leído 200 páginas, ya que cada páginas que pasaba me sorprendía cada vez más.
En un primer momento nos encontramos a Fil, un hombre que se encuentra en el año 2081, viviendo en una ciudad Raken que esta infectada de unos seres llamados Clomas que atacan a los hombres y se los comen. Un día es una expedición por la ciudad se encuentra a Inara una chica que le ayuda a escapar de uno de esos terrible clomas, es cuando empieza una aventura donde cada vez van descubriendo una cosa distinta. Pero de repente cuando está apunto de descubrir la verdad cambia todo y el autor nos sorprende con un cambio de escenario que te quedas como?????? 

Hasta aquí puedo contar de la historia lo único que os puedo contar que tiene tres vueltas o giros en la historia, 
  1. Estas leyendo el libro y crees una cosa,
  2. Te sorprende el giro que hacer la historia y te das cuenta que el puede ser ¿por que no?
  3. El último giro aunque no de todo que al final puede ser que vuelvas a lo primero de la historia y sea verdad.
Recomendación total ¿por qué?

  • Te enganchará desde el principio al final
  • Entenderás la razón porque Fil no quiere recordar
  • Si te gusta la Ciencia Ficción, con acción este es tu libro.
Aunque me ha quedado una pregunta. ¿Hay segunda parte?


Editorial: autoeditado
ASIN: B00SRPXAUM
Páginas: 382
PVP: Tapa Blanda: 10,86 €
          Versión Kindle: 1,99 
Sin Palabras se queda una, después de lo pasado en París (Francia)